En el entorno empresarial actual, el estrés se ha convertido en un compañero constante para muchos ejecutivos. La presión por alcanzar objetivos, mantener un alto rendimiento y equilibrar la vida personal con la profesional es una combinación que fácilmente puede sobrecargar incluso a los más preparados. Este exceso de tensión influye directamente en la calidad de las decisiones que se toman a diario, muchas veces sin que el propio ejecutivo sea plenamente consciente de ello.
Imaginemos a Javier, un ejecutivo comercial de una multinacional tecnológica que vive en el centro de Madrid. Desde que se levanta, Javier se enfrenta al bullicio incesante de la ciudad: tráfico, ruido, prisas. Apenas sale de casa, ya está inmerso en un entorno estresante. Pero lo que más pesa en su mente no es el atasco matutino, sino el hecho de que este mes no ha logrado cerrar suficientes ventas. Se acerca el final del mes y los números no cuadran.
Esta presión se intensifica con una preocupación personal: el pago de la hipoteca. Cada día 30, ese compromiso económico se siente como una espada de Damocles suspendida sobre su cabeza. Javier intenta mantenerse enfocado, pero su mente divaga constantemente hacia escenarios negativos: ¿y si no logra los objetivos? ¿y si pierde el bono? ¿y si, en el peor de los casos, pierde el empleo?
Cuando el estrés alcanza estos niveles, el cerebro entra en un estado de “supervivencia” donde las decisiones se toman desde el miedo o la urgencia, no desde la lógica o la estrategia. En lugar de analizar con claridad a qué clientes priorizar o cómo optimizar su presentación de ventas, Javier actúa de forma impulsiva, salta de tarea en tarea sin un plan, pospone reuniones difíciles y evita asumir riesgos necesarios. Así, el estrés termina por convertirse en un círculo vicioso que impide mejorar los resultados… lo que a su vez genera más estrés.
Además, el estrés crónico afecta otras áreas fundamentales: se duerme peor, se pierde la concentración, y aparecen problemas de salud que también impactan en el rendimiento. Un ejecutivo como Javier, que debe tomar decisiones importantes cada día, simplemente no puede permitirse que el estrés controle su agenda mental.
¿Cómo romper este ciclo?
La buena noticia es que el estrés puede gestionarse, incluso en entornos tan exigentes como el corporativo. Algunas recomendaciones prácticas incluyen:
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Respirar y parar: incorporar pausas conscientes durante el día para respirar profundamente o caminar unos minutos puede reducir significativamente el nivel de activación mental.
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Organización y priorización: usar herramientas de gestión del tiempo y definir objetivos diarios claros evita el caos mental.
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Hablar con alguien: compartir la carga emocional con un coach, mentor o terapeuta puede ofrecer nuevas perspectivas.
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Cuidar el cuerpo: alimentación equilibrada, ejercicio regular y buen descanso son aliados clave.
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Separar lo urgente de lo importante: no todo lo que parece urgente lo es; aprender a distinguir y delegar también es parte del liderazgo.
Javier no puede cambiar Madrid ni las exigencias de su empresa, pero sí puede recuperar el control de su mente. Y en la medida en que lo haga, sus decisiones serán más acertadas, su trabajo más efectivo y su vida mucho más equilibrada. En Graffos tenemos sugerencias y progamas a la medida de los ejecutivos. Ponte en contacto con nossotros en www.graffos.es